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Escribiendo mal

¿A quién no le gusta leerse en la Red? A mí sí. Por eso creo este blog. Quiero incluir en él todos mis experimentos "literarios", buenos o malos, pero míos. A ti que miras: No te aconsejo que lo leas todo de un tirón. No podrías. Además... te cansarías.

26.9.06

LUNA NEGRA



Vemos así que la Gran Madre es urobórica: terrible y devoradora,
benéfica y creadora, alguien que ayuda, pero también es tentadora
y destructiva; una hechicera que enloquece y que, sin embargo, es
portadora de la sabiduría; bestial y divina, voluptuosa prostituta y
virgen inviolable, inmemorialmente antigua y eternamente joven.
(“The Origins & History of Conciousness” Eric Neumann.)

El canto de los pájaros me distrae un momento de mi objetivo.
Amanece, y las sombras se van tornando en luz difusa sin que mis ojos puedan distinguir aún claramente qué es vegetal y qué animal en este inmenso manchón verde creado entre ambos ríos.
Poco a poco, el color va añadiendo tonalidades y facilitándome la búsqueda.La pareja debe estar por ahí, cerca aunque aún no pueda verla. Pero su olor es inconfundible y me llega con toda claridad.
Unos momentos después, una voz me hace agazaparme y disimularme entre los helechos. Los animales ni se inmutan. Aún no conocen el mal ni la muerte y, por lo tanto, nada tienen que temer. “Ya aprenderán con el tiempo”, me digo a mí misma mientras recorro con la vista la zona de la que ha nacido la voz.
Sé que es la de él porque antaño estaba acostumbrada a su timbre. Además, ¿cómo no conocerla si es la del único varón de la especie?
Sonrío. Hasta en eso está, el muy creído, en desventaja. Somos dos mujeres. Y él, un solo hombre.
Observo cómo haraganea de un árbol a otro, como un mono, mientras ríe inconsciente.
A lo lejos, Eva deja de mirarlo. Parece interesarle poco. Al fin y al cabo aún no comprende su discutible utilidad. Pero parece intuirme a mí, porque dirige su rostro hacia donde me oculto y, con un leve gesto, hace entender que me espera donde, desde hacía días, solemos vernos.
Rodeo en silencio el parque de juegos del idiota y, confundida con la maleza, llego minutos después al lugar de la cita.
Una amplia sonrisa se abre en el rostro de Eva cuando me ve aparecer. La verdad es que es evidentemente bella, casi tanto como yo, pero de otra manera. Parece más infantil, más cándida, más sumisa. Seguramente no se cuestionará, cuando le llegue el momento, si recibir a Adán encima o debajo. Él no verá en ella una mujer rebelde como vio en mí.
Además, no conoce el nombre secreto de Dios, por lo que difícilmente lo podría pronunciar y, en consecuencia, desaparecer como yo hice.
La observo detenidamente mientras ella hace lo mismo conmigo.
Para estar hecha de una costilla de ese desgraciado está, realmente, muy bien hecha. Dicen que intervención divina. ¡Claro, así cualquiera!
Entorna un poco los ojos con coquetería, gesto absolutamente innecesario porque no se trata de seducirme a mí, sino que el juego en el que estoy es el de seducirla a ella. Más que eso, que ya en días anteriores lo he conseguido, intento sembrarle el germen de la duda, la existencia de la posibilidad, el conocimiento de que la sexualidad no es, necesariamente, un instrumento de procreación ni tiene por qué ser realizada siempre entre sexos distintos de la misma especie. Ni siquiera de la misma especie…
Perdón, no es ese el camino que tengo que aclarar ahora. Ya tendrá tiempo esta patética especie, cuando sea más abundante, de comprobarlo por ella misma. Siempre he sufrido el mismo problema: me crearon mujer pensante. Como tal, pienso, y eso me ha ocasionado no pocos problemas desde el principio.
¡Joder, si será poco lógico que, con sólo dos mujeres y un hombre en el mundo, yo he pasado a ser la primera divorciada de la Historia!
Lo tendré en cuenta para generaciones futuras...
- “A ver, niños, ¿quiénes fueron nuestros primeros padres?”- “Nuestros primeros padres fueron Adán, divorciado, y Eva”.
Aunque realmente, mucho me temo que irán depurando esta historia hasta dejarla asépticamente impoluta, sin mota de polvo. Limpiarán cuanto de polvos se trate en la realidad. Y sin sexo en la historia, ésta podrá llamarse Sagrada. Y podrá ser utilizada, con ligeras variantes, por cualquier corriente religiosa, cualquier mitología, cualquier creencia que nazca de aquí en adelante.
Hago un esfuerzo por volver a la realidad.
No sé cómo hemos llegado hasta aquí pero Eva yace debajo de mí – lo sabía, esta mujer es tan inocente que no se cuestiona ni siquiera quién manda en este tipo de relaciones – y se retuerce mientras acaricia mis senos y yo los suyos.
Lejos, muy lejos, se oye a ese tipo lanzando gritos de alegría cada vez que farfulla un nombre y se lo endosa a otro bicho de los que han podido cruzarse en su camino.
Pero a nosotras no nos importa. Hacemos el amor, acariciamos nuestros sexos, nos excitamos cada vez más, nos complementamos mientras nuestros clítoris crecen por momentos. Adán siempre se sorprendió cuando, al principio, se dio cuenta de que yo escondía un pequeño pene que, en los momentos más cruciales, casi parecía retarle en su papel de macho dominante. Y yo sabía que era así. No voy a decir que se acomplejara… sería mucho decir, aunque no me extrañaría nada de ese cabeza vana. Ahora, con Eva, todo ese estúpido inconveniente que él encontraba no es más que ventaja. Tanto para ella como para mí. Para ella es como una penetración, mínima pero sumamente agradable. Para mí, otro tanto. Bueno, no; para mí es sólo un experimento en busca de un resultado.
Siento cómo poco a poco llegamos al clímax, cómo las oleadas de placer nos embargan y nos electrizan. Después vamos bajando de la cima de nuestros montes remontando colinas cada vez más suaves, pero no por eso menos dulces.
Sé que Eva se ha enamorado de mí.
Y, posiblemente, supongo que le irá desagradando más y más el contacto con el macho de su especie, con ese pene rodeado de hombre que sólo sabe buscar su propio deleite sin esperar que ella conozca lo que es un orgasmo.
Cuando acabamos, me deslizo a su lado y, tras depositar un beso en cada uno de sus pezones, menudos y rosas, en su vientre y en su sexo, arranco de ella un suspiro de satisfacción.
Las hierbas casi nos tapan. Eva se vuelve hacia mí y vuelve a hacerme la misma pregunta de siempre.
- ¿Me quieres?
- Sí – contesto casi maquinalmente.
Ella sonríe. Irradia felicidad.
- ¿No me dirás por fin cómo te llamas, de dónde vienes?
- ¿Y para qué quieres saberlo?
- Ummm…. No me gusta amar a alguien de quien desconozco el nombre. Sólo eso.
Me lo pienso. ¿Qué más da un nombre que otro? Pero consiento. Al fin y al cabo, ahora que la sé enamorada, me toca perderme para siempre, volver de nuevo a mi reino de la nada y dejar que la historia, “sagrada”, prosiga como la Providencia lo desee.
- Lilith... me llamo Lilith. Vengo de la luna negra… Déjalo, no lo comprenderías.
Eva acaricia mi brazo y enreda sus dedos en mi cabello mientras yo intento levantarme.
- No te vayas - me ruega – Yo… te quiero.
- Y yo a ti. Pero debo irme. Quizás no vuelva nunca más.
Veo cómo se convulsiona su rostro, noto cómo se le encoge el pecho por el miedo a la pérdida, casi puedo sentir cómo su corazón se va rompiendo a trocitos por el pánico a no tenerme nunca más.
Me da lástima. Mucha. De hecho mi experiencia sexual con ella ha sido en estos días mucho más gratificante que la que, desde siempre, mantuve con Adán.
Pero mi venganza está así cumplida.
Aquí se queda, en este Edén entre el Tigris y el Eúfrates, en esta cárcel engañosa con la aún más engañosa misión de procrear un hijo tras otro para poblar la Tierra, y con un secreto en su corazón que nadie conocerá. Tan sólo ella y yo.
Y miles de años después, los niños no responderán a un canon, a un catecismo como el que a mí me hubiera gustado, porque éste seguirá estando depurado al máximo…
- “A ver, niños ¿quiénes fueron nuestros primeros padres?”
- “Nuestros primeros padres fueron Adán, divorciado, y Eva, lesbiana”.