EL VIGILANTE.
Yo soy el Vigilante de la Biblioteca.
Utilizar las palabras “el Dueño” me parece petulante y un poco paranoico.
Aunque en realidad, casi es así.
Llevo siglos en mi puesto. Y durante interminables años he tenido ocasión de ver más de lo que cualquiera podría imaginar si ese alguien tuviera la suficiente imaginación como para hacerlo.
Desde mi puesto, impasible e invisible, controlo todo lo que entra en este vasto recinto.
Controlo y clasifico, además de filtrar lo que, desde las instancias superiores - a las que conozco tan sólo por las misivas que casi a diario me envían escritas a mano mediante un mensajero -, me ordenan eliminar.
Los poderes fácticos han intentado filtrarse aquí:
Iglesia, Estado, grupos y grupúsculos han pretendido imponer sus normas. Indefectiblemente, han fracasado en su intento.
También los escritores que, minoritarios, enarbolaban ediciones impresas por sus propios medios, muchas de ellas auténticos bodrios producto de mentes enajenadas que lo único que pretendían era hacerse con un hueco en los prestigiosos estantes entre los que me muevo. Muy pocos lo han conseguido.
De vez en cuando, grupos de exaltados han intentado penetrar a la fuerza en este recinto. No digo que no hayan conseguido su propósito, pero, a excepción de la sección de incunables, laboriosamente se ha podido reconstruir lo que esas mentes, llenas de eslóganes insensatos, han intentado arrasar transformando en humo cualquier conocimiento.
He luchado contra todos los países, contra todas las culturas. Todo en aras de intentar salvar lo que unos y otras tenían de aprovechable en su periodo histórico.
La labor ha sido ardua, pero no imposible.
La intolerancia ha resbalado por los muros del edificio (aunque no puedo negar que en su deslizar han chamuscado algunos lomos y prendido en algunas obras que son irrecuperables por desgracia). La “justicia” ha intentado expurgar ciertos títulos licenciosos o comprometidos pero tampoco han logrado demasiado. Las guerras, los desastres, la miseria, el populismo, la piedad, la sinrazón… Todos, todos, han intentado vaciar las estanterías, suprimir secciones enteras y alguno, por qué no, ha soñado con arrasar todas las estancias a fuego y hacha; pero tampoco lo han conseguido.
La verdad es que estoy enamorado de este tesoro que me ha sido confiado.
He disfrutado incontables veces acariciando con mis manos sobre los lomos de libros casi olvidados, olfateándolos. He hojeado párrafos que nunca podrán ser superados en cuanto a sentimiento y belleza a no ser que hayan caído en manos de los viles plagiadores que, sin escrúpulos, intentan, como la polilla, alimentarse de lo que cada obra esconde como un secreto. He conocido aquí el por qué de las cosas, el cómo del devenir histórico, la explicación de lo que en cualquier momento intranquiliza a cualquier cultura.
Porque aquí está todo, o casi todo.
No voy a ocultar que ciertas maniobras de distracción me han servido para evitar la desaparición de todo esto.
Un ejemplo: la famosa Biblioteca de Alejandría… ¿creen de verdad que existió?
¡No!
Sólo fue un bulo creado hace miles de años por mí para evitar, magnificando su irreal pérdida, las ansias de destrucción de reyes y reyezuelos posteriores.
Otro tanto ocurrió con la famosa lista de Libros Prohibidos de la Iglesia Católica (El “Índice”, que dicho sea de paso, ya no recuerdo por qué diablos le puse ese nombre). Nunca existió. Pero mientras acérrimos Defensores de la Fe buscaran en los estantes las obras relacionadas en sus temibles listas negras, yo podía escamotear otras tantas obras que SÍ tenían importancia, y evitar que se perdieran en perjuicio de la memoria colectiva.
En los años treinta del siglo XX otros grupos lanzaron a la hoguera a numerosos autores. ¡Una estupidez! ¡Simbolismo puro! Habida cuenta de que esas obras, difundidas desde aquí por todo el mundo, era imposible que desapareciesen, el gesto sólo podía ser testimonial.
Podría citar culpables, pero ¿para qué? Señalar con el dedo a muchos gobiernos ya desaparecidos no me llevaría a nada.
Después me inventé la “Teoría de la Biblioteca Universal”. Y un escritor argentino se encargó de dar bombo a la misma, para hacer olvidar a muchos enemigos potenciales la existencia de ésta.
Y como éstas, podría enumerar algunas decenas de maniobras más.
¡Una más! ¡Es que no me resisto a contarla!
¡La Biblia!
¿Inspiración divina? Bueno, según se mire. Porque la urdimos entre varios de los que trabajábamos entonces aquí.
¿Que qué conseguimos con ello?
Bueno… creamos así un increíble montón de detractores que por venganza, resentimiento o pura convicción, desarrollaron sus temas en franca oposición a los dictados de ésta. Y puedo asegurar que de dicha oposición nacieron numerosas obras, algunas de las cuales son clásicos universales (y están aquí, claro). Es una forma de motivar y despertar el ingenio, jeje.
Lo cierto es que estoy satisfecho de mi labor. ¡Muy satisfecho!
Sé que muchos sufriréis por no poder visitar mi recinto, mi templo, mi “santa sanctorum”, pero… seguid escribiendo. A lo mejor un día tengo el placer de colocar una obra vuestra en el estante A-235.407/2 que es en el que actualmente estoy trabajando y del que aún restan unos ochocientos metros por completar. Eso sería como si vosotros mismos estuvieseis aquí.
Aunque lo dudo porque, la verdad, entre las órdenes de arriba y mi exquisito criterio desarrollado a lo largo de tanto tiempo…
Utilizar las palabras “el Dueño” me parece petulante y un poco paranoico.
Aunque en realidad, casi es así.
Llevo siglos en mi puesto. Y durante interminables años he tenido ocasión de ver más de lo que cualquiera podría imaginar si ese alguien tuviera la suficiente imaginación como para hacerlo.
Desde mi puesto, impasible e invisible, controlo todo lo que entra en este vasto recinto.
Controlo y clasifico, además de filtrar lo que, desde las instancias superiores - a las que conozco tan sólo por las misivas que casi a diario me envían escritas a mano mediante un mensajero -, me ordenan eliminar.
Los poderes fácticos han intentado filtrarse aquí:
Iglesia, Estado, grupos y grupúsculos han pretendido imponer sus normas. Indefectiblemente, han fracasado en su intento.
También los escritores que, minoritarios, enarbolaban ediciones impresas por sus propios medios, muchas de ellas auténticos bodrios producto de mentes enajenadas que lo único que pretendían era hacerse con un hueco en los prestigiosos estantes entre los que me muevo. Muy pocos lo han conseguido.
De vez en cuando, grupos de exaltados han intentado penetrar a la fuerza en este recinto. No digo que no hayan conseguido su propósito, pero, a excepción de la sección de incunables, laboriosamente se ha podido reconstruir lo que esas mentes, llenas de eslóganes insensatos, han intentado arrasar transformando en humo cualquier conocimiento.
He luchado contra todos los países, contra todas las culturas. Todo en aras de intentar salvar lo que unos y otras tenían de aprovechable en su periodo histórico.
La labor ha sido ardua, pero no imposible.
La intolerancia ha resbalado por los muros del edificio (aunque no puedo negar que en su deslizar han chamuscado algunos lomos y prendido en algunas obras que son irrecuperables por desgracia). La “justicia” ha intentado expurgar ciertos títulos licenciosos o comprometidos pero tampoco han logrado demasiado. Las guerras, los desastres, la miseria, el populismo, la piedad, la sinrazón… Todos, todos, han intentado vaciar las estanterías, suprimir secciones enteras y alguno, por qué no, ha soñado con arrasar todas las estancias a fuego y hacha; pero tampoco lo han conseguido.
La verdad es que estoy enamorado de este tesoro que me ha sido confiado.
He disfrutado incontables veces acariciando con mis manos sobre los lomos de libros casi olvidados, olfateándolos. He hojeado párrafos que nunca podrán ser superados en cuanto a sentimiento y belleza a no ser que hayan caído en manos de los viles plagiadores que, sin escrúpulos, intentan, como la polilla, alimentarse de lo que cada obra esconde como un secreto. He conocido aquí el por qué de las cosas, el cómo del devenir histórico, la explicación de lo que en cualquier momento intranquiliza a cualquier cultura.
Porque aquí está todo, o casi todo.
No voy a ocultar que ciertas maniobras de distracción me han servido para evitar la desaparición de todo esto.
Un ejemplo: la famosa Biblioteca de Alejandría… ¿creen de verdad que existió?
¡No!
Sólo fue un bulo creado hace miles de años por mí para evitar, magnificando su irreal pérdida, las ansias de destrucción de reyes y reyezuelos posteriores.
Otro tanto ocurrió con la famosa lista de Libros Prohibidos de la Iglesia Católica (El “Índice”, que dicho sea de paso, ya no recuerdo por qué diablos le puse ese nombre). Nunca existió. Pero mientras acérrimos Defensores de la Fe buscaran en los estantes las obras relacionadas en sus temibles listas negras, yo podía escamotear otras tantas obras que SÍ tenían importancia, y evitar que se perdieran en perjuicio de la memoria colectiva.
En los años treinta del siglo XX otros grupos lanzaron a la hoguera a numerosos autores. ¡Una estupidez! ¡Simbolismo puro! Habida cuenta de que esas obras, difundidas desde aquí por todo el mundo, era imposible que desapareciesen, el gesto sólo podía ser testimonial.
Podría citar culpables, pero ¿para qué? Señalar con el dedo a muchos gobiernos ya desaparecidos no me llevaría a nada.
Después me inventé la “Teoría de la Biblioteca Universal”. Y un escritor argentino se encargó de dar bombo a la misma, para hacer olvidar a muchos enemigos potenciales la existencia de ésta.
Y como éstas, podría enumerar algunas decenas de maniobras más.
¡Una más! ¡Es que no me resisto a contarla!
¡La Biblia!
¿Inspiración divina? Bueno, según se mire. Porque la urdimos entre varios de los que trabajábamos entonces aquí.
¿Que qué conseguimos con ello?
Bueno… creamos así un increíble montón de detractores que por venganza, resentimiento o pura convicción, desarrollaron sus temas en franca oposición a los dictados de ésta. Y puedo asegurar que de dicha oposición nacieron numerosas obras, algunas de las cuales son clásicos universales (y están aquí, claro). Es una forma de motivar y despertar el ingenio, jeje.
Lo cierto es que estoy satisfecho de mi labor. ¡Muy satisfecho!
Sé que muchos sufriréis por no poder visitar mi recinto, mi templo, mi “santa sanctorum”, pero… seguid escribiendo. A lo mejor un día tengo el placer de colocar una obra vuestra en el estante A-235.407/2 que es en el que actualmente estoy trabajando y del que aún restan unos ochocientos metros por completar. Eso sería como si vosotros mismos estuvieseis aquí.
Aunque lo dudo porque, la verdad, entre las órdenes de arriba y mi exquisito criterio desarrollado a lo largo de tanto tiempo…
Etiquetas: biblioteca, cuentos, literatura
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